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jueves, 22 de marzo de 2012

somnolencia y el café


Las ganas de jugar, que un niño/a puede disfrutar tener son proporcionales a la posibilidad de ser feliz, para el niño/a, todo depende del juego, siempre que considere al lugar que le toque, como un hogar.

Ser feliz, es jugar a la vida, que no es un juego sencillo, cuando hay cuentas, dinero y amores truncados.- Vestir, alimentarnos y ser partes de sociedades hacen que las siluetas vayan cambiando, las personas que nos acompañan mutan, cambian y muchos mueren, en vida o mueren de esas muertes que van al cielo o al infierno o terminan en cementerios olvidados.-

Contar historias no es siempre sinónimo de saber o conocer; adelante o atrás o donde sea, pero si de haber caminado.

La verdad que no es verdad y las mentiras que nos gustan, tienen el mismo significado, las canciones que nos hacen correr, sentados, en las oficinas. Los gustos por la materia, lo inmaterial y lo que va más allá de estas cosas. Las “cosas” que hacen que pensemos en un más allá, nos alejan, proporcionalmente también, de la felicidad. Felicidad que podemos encontrarla al lado nuestro, y no nos percatemos jamás.

Buscamos constantemente superar lo que hemos logrado, disfrutar los logros no son disfrutados. Los logros no se festejan, y es, básicamente por el dinamismo que tiene la avaricia, la codicia y la intrépida forma de consumirnos a la monotonía. En fin:

_Había bajado dos cuadras, era de noche, el café me había dado energía que no buscaba. El café, el grano sudamericano que conquisto al mundo, hizo que durmamos menos y soñemos caminando. Me había encontrado solo, y sin darme cuenta que estar solo: Es enfrentarse a la vida. La vida, tan cotidiana palabra, tan corriente crueldad que parece sacada de un tango oscuro, tal vez una guarania melancólica de algún sur.

Había sido parte de la vulgaridad, de lo esencial de la amistad y me había enamorado con algunas miradas. Mi madre me había presentado a Elvis cuando era muy pequeño. No sé como esa noche, de café taciturno empecé a caminar. No era Paraguay, estaba de extranjero en calles sudamericanas. Sudamérica busca amor y respeto, y no nos respetamos y solo nos amamos por supervivencia.

Caminando, secuencia improvisada de pasos, la lluvia que gambeteaba los altos edficios, el frío y la ilusión de llegar a ningún lado me habían hecho una emboscada. De fuerte Olimpo a Uruguay nos van uniendo los ríos, Bolivia, Paraguay, Brasil, Argentina y Uruguay al mar. El río tiene un fin y comienzo infinito, una ecuación que no termina, como todo eso que pensamos mientras caminamos.

Había pasado el sufrimiento del frío, las lágrimas del cielo se habían apoderado de mis ropas, el silencio de una ciudad gigante es el augurio de una tempestad.
Comenzó la tormenta que no tenía vientos, sólo agua, que va al río.
Llegó un hombre, al rato de arrancar la parte más espesa de la tormenta, y, bajo un árbol inmenso, entró a refugiarse conmigo.

Me djo:
-Que hace Ud caballero que no está en su casa?
- Ando buscando una creo – respondí
-Yo he empezado a olvidar la mía, la lluvia me ayuda a veces.
-El tiempo también – dije.
-El tiempo también es la cura, que con el agua, borran las huellas, no el camino.- Me miró fijamente dos segundos, siguió caminando rápido, empapado hasta que no lo vi más.
-La quimera, el valor perdido de la reflexión corriente. (dije en voz alta en mi pensamiento mas callado)

En la urbanidad del orbe, la lluvia nos devuelve a la naturaleza de lo imprevisible, a la búsqueda del refugio, del calor corporal, al suspiro y las miradas encontradas.

Esperé dos horas que la tormenta pase. Pasaron dos horas más. No vi muchas personas, algún ruido de algún auto, o colectivo que de lejos dejaba una estela sonara. Espere el fin de la tormenta, que como siempre, paró.

Empezaré la búsqueda

, seguiré caminando.

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