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lunes, 26 de marzo de 2012

cachafaz

Cachafaz! (le había gritado a mi abuelo)

Sólo tenía que empezar a darme cuenta, que los domingos, la locura, afloraría indefectiblemente.

Era sencillo pero cuesta convencer de las realidades a los niños incrédulos.

Digamos que podría haber sido 85/6 – habrán recuerdos más lejanos quizás, pero recordar nunca fue una cuestión a destacar en mi.

Los domingos, antes de cualquier situación personal, estaba la idea fresca de despertar e ir a correr atrás de una pelota, subir un árbol y ser el centro pleno de atención de los abuelos. Los primos y vecinos de las casas sin murallas de los ochenta, teníamos un código secreto a viva vos: El ruido de la pelota contra un portón de metal que no se usaba.

El arco, en la improvisación del fútbol de mitaí puede ser tan amplio concepto que no puede conjeturarse ni estudiarse: Con cuantos objetos, reales e imaginarios, hemos hecho arcos en partidos informales. En ésa época, teníamos un lugar, un amplio patio, sin uso, algunas rosas pegadas a una pared contigua que apenas subsistían y cada tanto se vengaban de los golpes con los balones, que cuero o plástico, sucumbían, y un portón, sin uso, de metal.

El ruido, de la pelota al marcarse un gol, era clave para la convocatoria de los domingos. El asado se olía a 600 cuadras, pero no era el de mi viejo, el barrio entero que en los ochentas estaba haciendo asado.

La tierra roja y los dos árboles de Nísperos, hacían de jugadores en medio de la cancha, los jugadores más conocedores del campo de juego, tiraban paredes con los Nísperos, y había veces que la incidencia de estos árboles, podrían llegar a determinar un ganador o perdedor en aquella canchita improvisada. Los dos pilares que sujetaban al portón eran los postes, las paredes eran el límite a lo ancho, y el otro arco siempre consistía en un palo clavado hacía años con zapatatillas o piedras al otro extremo. La cantidad de jugadas polémicas en aquél arco fueron motivos de todo tipo de trifulcas, y avivadas criollas. En fin, los domingos despertaba, me llevaban a los de mis abuelos y jugábamos fútbol hasta que las rodillas nos sangrasen.

El final del partido, era únicamente y sólo sí llegaba el llamado a comer el asado, hasta ese momento, no había forma de acabarlo, el medio día no significaba nada más que seguir hasta que las carnes estén en su punto. No puedo considerar otra alegría mayor que la jugar en esas canchas en esos días ya lejanos. Ni el aguinaldo me pone tan feliz.

No había internet, celulares y la verdad que no recuerdo cosas más tecnológicas que el VHS de mi tío Víctor.

Al terminar el asado, sudados, teníamos el correspondiente aseo que mi madre o sus hermanas entre dientes nos obligaban a realizar. Yo, señores, después de una costilla vacuna, soy tan dócil que parezco una canción de Brahms.

Era un domingo donde se confundían las sonrisas, la razón y la piel familiar es un conjunto perfecto. Ahí es cuando decís: Que más puedo pedir. Tenía 6 años aprox, y estaba realizado. No necesitaba nada más, pero sí, los domingos se terminaban en mi familia de una manera muy particular.

En el momento de un postre, la numerosa familia, tenía un acto-costumbre: Los hombres nos apartábamos y empezaba, lejos del sector femenino, a organizarse la ida a la cancha. No era muy fácil comprometerse a llevar a 7 chicos, ávidos, intrépidos e inconsecuentes. Pero el abuelo, enfermo mental del fútbol y tan amante de los domingos y la pelota, jamás titubeo, no nos pedía nada, ni orden, ni charla técnica previa, ni motivación, ni nada. Sólo estábamos obligados a ir, a ver a la reserva, saber los jugadores de memoria y en la primera ni que decir, el que decía la alineación con los suplentes primero, llevaba una coca con chipa de premio. A los que no conocen de esas “coca-colas” y chipas infantiles, quizás no gozaron del éxtasis juvenil.

La organización, dependiendo el rival y la cancha empezaba bien, hablando del club, discutiendo sobre los laterales y quién debería ser wing, o , del por qué juega fulano, porque Evaristo Isasi no estaba pasando un buen momento y que carajo le pasaba al D.T. para seguir manteniéndole a Krauseman por los laterales, si el “hdp” no marcaba, ni tiraba centros, decía mi abuelo. Todo lo que decía mi abuelo, su hijo, Víctor, el tío del VHS, le discutía, pero la discusión era tan pasional, que a nosotros insultos, botellas, cuchillos o si llegase a algún fusil no nos podía asustar. Llegaba la hora de ir, y ellos estaban más chochos que nosotros. Las diferencias políticas de la alineación principal se dilucidaban. ¡Vamos chicos!, y arrancaba la pelea para quién quedaba en los sectores de “ventanilla” de un Ford del Rey – familiar-. Luis y otros primos más jóvenes e indefensos, tenía que aceptar su realidad e ir al gallinero.

Lelo, mi abuelo, no manejaba desde los primeros años del 70, hizo las inferiores en el Club, y aparte del Olimpia sólo le interesaba el Olimpia. Así de sencillo, su vida, hasta el día de hoy depende del Club.

Sé que hay muchos eufemismos y cuestiones que con el paso del tiempo uno siente cómo más o menos importantes, yo creo que simplemente no existen tales realidades, para mí, y mi abuelo, el disfrute dependía de algo totalmente inmaterial.-

Habíamos llegado a “Para Uno”. Mi viejo, no iba a la cancha ni empedo –literalmente- antes que vaya yo, el ya estaba preocupado, por el club, entonces, apenas me daba para la entrada, pero como mi abuelo pagaba, a mi me quedaban unos mangos para antes de entrar, comprar unas naranjas. Esa extraña forma de pelarlas de las mujeres que vendían naranjas era cautivante. Ir a la cancha para mí no era sólo fútbol, había un escepticismo que quedaba desecho con respecto a la gigantesca oferta gourmet en las afueras del estadio, las naranjas, siempre fueron dulces en “Para Uno”, y jamás me perdí la oportunidad de saborearlas.

Llegábamos siempre unos minutos antes de arrancar la reserva, que en esos años, se llamaba o sub 23 o algo así. El estadio no pasaba del 200 personas y nosotros, instalados esperando que la serenidad y bondad del hombre más bueno que conocíamos, se vuelva totalmente intransigente, intolerante y a la vez brillante.

En la reserva, Lelo, mi abuelo, no se agitaba, tiraba cada tanto, con su radio pegada a la oreja derecha, cosas cómo: Pendejo de m… saca la pelota que lo parió!; Vos estás jugando en el Olimpia la p… que te parió!; Referé mirameeee, miraaa referí, yo, te espero afuera vendido hijo de p…! (los referís y los mediocampistas lentos, con mi abuelo, no la pasaban bien.)
Guaraní era el rival de aquel séptimo día de esa semana en los ochentas. Olimpia tenía que volver a salir campeón, porque, así nomás, es el hincha de Olimpia, el estadio se iba llenando, mi abuelo y mi tío, ya habían insultado a unos cuantos jugadores y bastante al referí, después, al terminar el partido, sabíamos, volverían a la normalidad.

Es raro, pero los insultos y epítetos de mis familiares eran con respeto y contra las malas costumbres, asumiendo que estábamos en una cancha de fútbol, ellos siempre fueron unos caballeros, insultadores, es cierto, pero caballeros al fin.

Al empezar el partido, nos parábamos, gritábamos y cantábamos. Olimpia ingresaba, ya éramos amigos de todos a los 10 metros alrededor de nuestras sillas, con todos los vecinos circunstanciales teníamos buenas relaciones, casi siempre.

En Olimpia, jugaban Almeida, Solalinde, Rogelio Delgado, Gustavo Benítez, Evaristo Isasi, Krauseman y Talavera, de los que más recuerdo.

Nosotros, sentados en platea baja, como de costumbre veíamos el partido a metros, sentíamos los gritos y si llovía o estaba mojado el césped, siempre nos salpicaban pedazos de pasto.
Krauseman, lateral, jugaba con nosotros prácticamente, al lado nuestro, siguiendo la línea de ida y vuelta, marcando mal y tirando malos centros, según mi abuelo.

Nos habían madrugado, apenas al arrancar el partido íbamos 1 a 0, y, cómo en el ´84 Guaraní nos había sacado un campeonato, eso para el abuelo era suficiente para insultar a todo el equipo, dirigencia y cuerpo técnico de Guaraní, pero bueno, el problema esa tarde era Krauseman!. La p… que teparió, rubio de m… poné huevos! – Krauseman, tenía, un constante y particular perseguidor y crítico de su juego: Mi abuelo, Lelo.; justo, en eso, el 2do gol de Guaraní por el lado del amigo el buen tipo de Krauseman.

Mi abuelo se paró, se arrancó unos pelos, mi tío tiró la guampa del tereré y se fue afuera del estadio. Dos a cero, minutos antes de terminar el primer tiempo, ANDA A CAGAR KRUASEMAN! SOS MÁS LENTO QUE UN TRACTOR EN SUBIDA HDP!

Al terminar el primer tiempo, ingresaba al estadio el hombre de goma, y nosotros, los niños aprovechábamos para relajarnos, mirábamos la elasticidad del hombre de goma y mi abuelo que discutía con sus vecinos circunstanciales, sobre tácticas, cambios, y KRUSEMAN.
Olimpia de movida, ingresa al campo con dos cambios en el medio y la delantera respectivamente, la defensa, bien gracias, los laterales no fueron sustituidos. Guaraní, sólo hacía tiempo, se defendía. OLIMPIA, intentaba demostrar el por qué de tantas copas en sus vitrinas, toques, paredes, tiki tiki y Talavera, con la 10 nos hacía delirar. Era un crack el arquitecto.

No había caso que emboquemos una, centros, pases a profundidad y nada, el palo, el arquero, un defensor o lo que fuese, en el arco sur del “Manuel Ferreira” Guaraní parecía tener un pacto con el diablo.

Nosotros no aguantábamos más, gritos, alientos, y no habían goles.
Cómo a los treinta minutos, KRAUSEMAN lo cambian de bando, y empezaba a tirar los centros en nuestras narices. No tenía suerte esa tarde ya casi noche de invierno. Sus centros eran o pasados, o cortos y mi abuelo se acordaba de sus parientes, vecinos, novias, esposas, ex esposas o lo que haya tenido aquel lateral. Víctor mi tío, apretado contra el alambrado estaba por llorar, como cualquier domingo, tan pasional el tío que llantos, onomatopeyas eran normales.

Faltando cinco minutos llega el Gol, al fin, esa música para nuestros oídos, delirio y preocupación. Vamos que podemos! Gritaba el estadio entero, menos mi abuelo, que sólo quería que Krauseman muera aplastado por alguna fuerza misteriosa, el lateral rubio de Olimpia, seguía con mal partido y encima ya se terminaba, por lo que aprovechaba el abuelo para insultarlo bien, últimos cinco minutos de insultos.

Procrastinar…Si sabía el significado de eso, era lo que quería yo en esos momentos.
Lelo, ya no se sentaba, la hinchada, 15 mil almas que gritaban. Mis primos y yo, estábamos entumecidos, estupefactos y Piero, de los más chicos, ya empezaba a llorar. Sé que todas las familias, a nivel profesional y en confidencia están locas, tienen sus dramas, diferencias y cosas así. Mi abuelo y mi tío, estaban en HD locos, antes que exista la tv por cable, y todo por un club, que a su vez, nos estaban dando el legado, el ritual, de ir a la cancha, los domingos, a nosotros se nos estaba inculcando. Sufrir: palabra tan amplia.

La tierra, el sudor, el laburo, el sueño de los sueños, el desgarro del hombre del día a día, esta implícito, todo, en el fútbol. Yo ya no entendía lo que pasaba, perdíamos la punta, podíamos volver a perder un campeonato, podíamos volver a perder con Guaraní, y mi abuelo, se me iba, venía un ángel y lo llevaba, o bien, que me lleve a mí por que aguantar la vuelta entre 9 en el Ford del Rey, no. No. No.

Minuto 44, Ataca Guaraní, Krauseman, cierra, no sé cómo un centro al segundo palo, Almeida, nada más ni menos, que el arquero Campeón del Mundo, se quedó parado. El rubio, roba la pelota que era Gol, y sale jugando: Krauseman toca para Guash, este se saca uno y mete a la derecha un bocha precisa a Evaristo Isasi. Si ud, creyó ver correr a wing, está equivocado, Isasi era una gacela en celo corriendo más rápido que el hijo del viento. Centro fuerte al medio, Talavera no llega, Bobadilla que había ingresado no llega y Julián Rosa Coronel, joven promesa del arco de Guaraní saca apenas la pelota que de tan potente envió sabrá ud, querido lector en quién rebota la pelota. Si. En el. Gol de Olimpia.

Viene el rubio corriendo, esquivando a sus propios compañeros, sacándose la rabia de encima, con esa calentura que sólo en el fútbol se puede producir a gritar e insultar a las dos personas y sus 7 sobrinos/nietos que estaban con ellos. Goool gritábamos, nos abrazamos, yo tiré el resto de la “coca-cola” que guardaba para la salida. Seba, mi primo me sacudía de arriba abajo, mi tío se abrazaba con los vecinos y mi abuelo, quieto miraba como lo insultaba KRUASEMAN, lo apuntaba, le dirigía la palabra. El estadio entero deliraba.

Al salir, subimos al Ford, y mi abuelo, feliz, dijo:

-Che, Víctor, viste como le gritaba Krauseman al viejo al lado mío. Cómo lo insulto, yo si fuese él, no sé qué haría.
-No te gritó a vos? – dijo Víctor.
-No, que me va a gritar ese rubio a mí cachafaz. No ves que el de atrás mío con la pinta que tenía y todo lo que puteó.
-Si, cierto, aparte, nosotros no dijimos nada.

En el lugar menos pensado, señores, puede haber felicidad.


-Chicos: Quieren helado, (dijo mi abuelo con su sonrisa de oreja a oreja)
-Sí dijimos. (nosotros con más sonrisas)

El tío Víctor giró y fuimos a tomar helados, a festejar que la punta seguía siendo nuestra.

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