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viernes, 21 de octubre de 2011

El día que nos llamaron.-


En el momento en que nos llamaron para el juicio final, estábamos borrachos.

Era sencillo, tomamos una copa, después fueron dos, tres … y apareció Raúl con el Ukelele. Nos “fuimos todo”, no entendíamos el concepto del tema, por más que era bien claro: Juicio Final y nosotros de manera unánime pero sin premeditación le sacamos el drama al asunto.-

Se acercó un señor, diría un anciano con mirada juvenil para su mejor identikit, tenía un Oboe. Sin más trámite, se unió, sacó unos acordes fantásticos del aire espeso, llegó otro, con más vino y un flaco alto, que cantaba en algo parecido al francés. Sentía al canto como expresión pura de la armonía. Su estilo es inexplicable para este relator.-

Nosotros, como buenos paraguayos, fuimos anfitriones de los comensales y de esa banda improvisada, a nadie le negamos su lugar, ni que se exprese libremente. Democracia artística.-

Algún crítico musical nos calificaría como: Folk, con toques de música indie, yo creo que sumamos elementos para crear un estilo nuevo, algo digno de ser coro apocalíptico, pero con énfasis en el coro y sin tanto apocalipsis.- Una persona tenía unas caracolas que tenían sonidos huecos, se unía a la banda itinerante.-

Nos pasaron las horas, como a varios les va pasando la vida. Nos reímos, aplaudimos y cantamos.
Pudimos organizamos sin pensar y hasta conseguimos objetos para percutir, los ritmos han sido desde el inicio de nuestros días como humanidad, sinónimos de expresión.-

El pasillo gigante, una ante sala y la eternidad nos esperaban. No sabíamos de la veracidad de todo, pero dejamos de pensar en cosas veraces. La revelación de una verdad hace que cómo un truco de magia se vuelva cotidiano. El secreto es el esplendor de la intriga. La verdad nos hará libres; o simplemente libera el temor.-

Desde la ante sala se escuchaban alaridos, ni buenos ni malos, algún sollozo, alguna risa. Estaban, supongo, siendo juzgadas personas por su paso en la vida terrenal. No sé si pude distinguir a alguien, ni siquiera recuerdo rostros, pero sí puedo esbozar un pequeño agradecimiento a Dante, su libro, tenía cuestiones perfectas-

El salón era eterno y gigante, de mármol blanco y negro. El techo tenía por lo menos 10 metros de altura y los pilares, un tanto descuidados eran grises, habían flores en lugares dispares.- Pasaba gente que nos miraba extrañada.- Para nosotros era de noche, pero no había certeza en esos pasillos fríos. Le pusimos calor a las paredes rectas y sin eco, se escuchaban algunos pasos, y los más audaces decían: Estamos en el Purgatorio.-

Las cuerdas pulsadas y rasgadas con las voces gastadas conformaban el coro, unión de voces lúgubres pero hermosas. Las voces unidas acompañan mejor cualquier insinuación.- Mi amigo Pablo, que estaba asustado empezó a soltarse, marcaban un ritmo las cuerdas y los percusionistas familiares, él, sin darnos cuenta, comenzó a bailar. Su copa de vino manchaba las telas de una cortina gigante, parecía el telón que se abría de la obra de la vida.- Del baile y gracias a los pasos y la cadencia, se nos unieron unas mujeres solas que estaban en blanco y negro.

Llegó Luis, quería registrar todo con su cámara de fotos y no paraba con las tomas, yo lo veía feliz. Unas cuantas personas, abrazadas lloraban, yo de eso no me percaté, solo aplaudía y reía, quizás era el efecto del vino, quizás me daba cuenta que la felicidad era cantar, bailar y que la gente que te rodea es la que soporta la felicidad de cada uno. No puedo acordarme de mucho más, ya que hay un lapso que la música se volvió etérea, sublime y que nos iluminamos cómo luces fluorescentes. El señor que cantaba en un idioma parecido al francés nunca dejo de hacerlo, cerraba los ojos y dejaba de acariciar su barba turbia cuando subía las notas de su voz. Yo creo que pensaba en alguien, intentaba reivindicar lo divino de la seducción y del olvido. Lo bueno que cuando hablan los gestos es que las conclusiones son personales, cuando hablamos las conclusiones son ajenas. Los hombres sabemos cómo empezar a diferenciarnos, ese día, supimos unir las diferencias.-

Si bien la vida deja huellas, yo tenía rastros por todos lados, desde el cuello, hasta en el alma.

De la intensidad de las luces, fueron bajando cenizas del techo, yo pensaba que se quemaba algo, pero eran cenizas suaves, no tenían razón aparente, sólo hacían que nuestras luces, los cantos, ritmos y bailes se parezcan más a un sueño irremediablemente hermoso. Las copas seguían vivas, mi luz brillaba más y no pude evitar bailar. Una de las mujeres me había hecho un guiño, eso señores, es para mí, un acto de educación. Respondan los guiños con bailes.

En el día del juicio final, bailamos, cantamos y nos embriagamos felices, cómo me habían enseñado mis ancestros.-

No creo que haya sido una casualidad, en ese día no había casualidad, es más, creo que la espontaneidad e improvisación surgen en los momentos justos en personas espontáneas.- La gente que esperaba o pasaba se empezó a cuestionar, si bien no eran muchos, cada vez sumaban más los curiosos, algunos empezaron marcar el ritmo, otros demostraban risas, e intentaban seguir los tarareos.-

Una de las mujeres en blanco y negro, la de ojos claros, que bailaba conmigo, susurraba palabras, era una vaga traducción de los cánticos, sentía su respiración, su aroma y sus risas. Su cuerpo pegado al mío tenía un calor particular. Su boca tenía vino, la mía, creo que se empezaba a enamorar de la suya. Su vestido comenzó a ser escarlata, un color aún difuso, la música se volvió instrumental. La gente nuevamente empezaba a dejarnos solos. Escuchaba un violín, no pude saber de quién eran los sonidos agudos. Un instante recordé lo mal que hace amar, y lo bien que se siente ser amado. La contradicción egoísta del amante. No sé si lloré, lo más probable es que si lo haya hecho, sin darme cuenta, me estaba redimiendo. Nunca es tarde señores.-

Ella paró de bailar, algo parecido a que el mundo deje de girar. Miró fijamente con sus ojos claros mis ojos de mirada desguarnecida, yo me sentí presa, no podría escapar, lo sabía y me entregué a ser guiado. Sabía que el desenlace sería intenso. Su boca fue mía y la mía suya. Dos minutos después del beso húmedo, me tomó de la mano. Las canciones se habían alejado. Escuché algunas voces, yo no soltaba su mano ella no intentó dejar la mía.

Recuerdo sus ojos, recuerdo sus labios.

Nos unimos y desaparecimos en la luz del vacío luego de unos segundos.-

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