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lunes, 19 de octubre de 2009

la terrible necesidad de la urgencia de un desenlace

La terrible necesidad de la urgencia de un desenlace.-

I

(Shh) me dijo mi abuela suavemente.

Había muchas incógnitas en esa caja amarilla. Pero una sóla verdad.-

Mis dedos quedaron congelados apuntándola.-

Papá ¿Dónde te vas? – preguntaba mi hermana desde la entrada del jardín. Mi padre sin responder prendía unos “Marlboros” de la época.-

Mi padre, hoy, no fuma.-


II

El silencio se apoderaba. Todas las tensiones (si existen clasificadas – y si lógicamente hay más de una sola) estaba/n en esa habitación. Todos padecíamos del terror, de la incertidumbre. Bach, con esa imagen, hoy escribiría mucho Rock and ` Roll.-

Mi dedo permanecía apuntándola. Mis ojos casi más que asustados, miraban el espacio donde habría estado mi padre. Giré muy lentamente y casi sentí el sudor del vaso de Whisky que tenía mi abuelo aferrado a su mano izquierda.

Mi abuelo hoy sigue tomando.-

Eran las cinco de la tarde (aunque este dato no lo puedo precisar).
El silencio era rey de los silencios. Creo que había dejado de respirar pero ni mis pulmones se percataron.- Me volví a mirar – sin entender – ya que no tuve respuestas.

Ese momento lo tengo en blanco y negro.-

III

Víctor, mi tío, harían ya como tres minutos que no estaba. Se levantó maldiciendo a todos los vientos, sus gritos los escuché inclusive mientras se iban alejando sus pasos rápidos hacía el jardín… fueron ellos, los pasos rápidos, los que en realidad me sorprendieron.-

Mis primos eran muy chicos, pero dos de ellos empezaron a llorar. Uno creo que por el susto de los gritos, el otro por que simplemente vio a este llorar.- Mi hermana, no se había inmutado del problema, María José, mi prima, había salido a dar unas vueltas en bicicleta.-

En asunción, existía una meridiana exactitud de lo que hacía la gente, de quién anda con quién, quién tenía pileta, quién decía que tenía y no la tenía, quienes eran quienes, y quienes no eran dignos de serlo.-

En ese momento no tenía fanatismos, era casi un imponderado por las desdichas. No habría conocido más que una sola realidad. Un solo país.-

Mis vestimentas eran crueles, mi felicidad era tan sencilla.-

Mis padres tenían un solo auto, y yo, tenía varios.- Todo mi patrimonio no sirvió para nada o por lo menos, para ser tratado con respeto ese día, aquel instante.

Había que ser más bravo - creo que pensé - pero si reaccionaba de alguna manera que no sea con silencio hubiera podido no estar escribiendo estas líneas.-

La caja pequeña amarilla además tenía una extraña forma casi ovoide, con toques de un modernismo “Kish”.-

Sentí la terrible necesidad de la urgencia de un desenlace. Esa necesidad es viciosa por el resto de la vida, padecerla se demuestra en días como ese. Nunca supe si fue la primera vez, pero si que se me manifestó el síntoma más fuerte de que padecía la terrible necesidad de la urgencia de un desenlace.-

En ese momento literalmente se pudo haber escuchado a una mosca.-

No pude parpadear, no pude, tampoco pude sentir otra sensación similar en mucho tiempo. Podría haber hecho frío o calor, que sensorialmente no lo recuerdo. Tampoco recuerdo quienes estaban sentados a mi derecha. Sólo algunos detalles del lugar, como la silla de mimbre de la cual me había levantado, el banco alto donde mi padre había estado sentado. El color de la pared de ese cuarto, el foco prendido y un trapo verde sobre una meza.- La caja amarilla mirándonos y nosotros fijamente a ella.-

IV

Mi primer recuerdo fiel de mi vida, es cuando el “Gato” Fernández le atajó un penal al goleador mejicano Hugo Sánchez.-
Era el mundial de fútbol de Méjico `86. Paraguay tenía chances de pasar el grupo, tenía goleadores, mediocampistas como “Romerito” y por supuesto un arquerazo.- No tengo otros recuerdos del “Gato”, sólo se que atajó aquel penal dramático en el 86. Se que fue muy bueno en su vida deportiva, que lastimosamente es hincha Cerro, y que esa vez fue un ídolo. Ese recuerdo es el primer recuerdo fiel, detallado que tengo.- No fue fácil saber cual era, pero si bien tengo imágenes más antiguas, algún olor quizás, alguna escena de antes del 86, ese momento, el del penal, es para mí el más fidedigno.-

V

La vida en gran medida es un penal.-

Al mirarlo desde lejos decís que es fácil. Si vas a tirar un consejo, tanto al que patea o al que lo intenta desviar, crees que el tuyo es el certero. Y si pasa lo que aconsejaste, sin modestias haces saber tu acierto. Así también es la vida.-

Si ponemos a indagar sobre consejos, de cómo debemos hacer algo, cómo reaccionar ante tal o cual suceso, como cocinar un asado, como terminar una relación, como comenzarla, si conviene o no, si es bueno comer carbohidratos a la noche, y todas esas preguntas circunstanciales y circundantes, todos somos hábiles penaleros: “Hay que patear cruzado y fuerte”. Otro dirá – “no la cruces que conviene fuerte al medio”- Los más sabios te dicen consejos mucho más pícaros y algunos extra vagantes –
“Esperá que se tiré el arquero y cambiale el palo”.- Sin embargo el que se anima a patear es sólo uno.-

En la vida hay sólo dos tipos de pateadores: Los que se animan – que mucha veces son los locos- y los que no se animan (éstos están por todos lados). Imagínese: de cada 11, sólo 1 se anima.- Este, si bien es cierto carga con una terrible responsabilidad: Patearlo.
Por lo general tiene algún antecedente: Su liderazgo o bien su entereza o todo lo contrario que lo llevó a ser el elegido. A veces ese mismo, por esas mismas características es el que va y pide la pelota, el que se anima a patear “su” penal.-
Para mí, si lo convierte o no, es anécdota, lo ideal es claro, pero esa adrenalina de ser el que se anima, sólo lo compararía con: Patear esa propia adrenalina.-

Hay una sub. raza emergente, que todavía no la calificamos bien: Son los que atajan los penales. Por lo general no son reconocidos fácilmente, ya que es un habilidad que la podes no tener y esta “todo bien”, pero sin saber que la tenes, podes estar perdiéndotela.-

Los arqueros “ataja penales” son el alma de los que se animan.-

VI

La caja amarilla me aterró esa tarde. En ella estaba la verdad. Y a veces la verdad es inconteniblemente devoradora.-

VII

Llegué a pensar que no podría tener con certeza un recuerdo crudo, fiel, como para archivarlo como “mi primer recuerdo”. Recuerdo el día que me regalaron un libro. No sabía leer, pero recuerdo el libro de dibujos y cosas para pintarlas. Creo que no lo usé, ya que nunca fui bueno con los dibujos y afines artísticas de la ilustración, pero en – ese - recuerdo sólo esta ese hecho y es muy insignificante recordar un libro que no lo usaste. Sin embargo, el penal atajado por el gato fue brutal.-

Me gusta esa tranquilidad que derrepente se vuelve locura. Ir y venir, a veces es lo mismo. Esa tranquilidad la tuvo ese penal.- Fuerte, cruzado a la derecha del arquero. El “Gato”, flaco, alto, espigado y con bigotes a lo “Freddy Mercury” salta, y da un zarpazo.- El Gato, un ídolo.-

Cuentan amigos míos que en el cumpleaños infantil de otro amigo, se sorteaba un premio, corría el año 1988. El premio consistía, en patearle un penal al “Gato”. Eso para mí es demagogia pura.- Cuentan además que el penal no fue atajado.

Hermosa es la manera que un recuerdo a uno lo puede transportar.- Uno puede casi saber el gusto de las moras, percibir olores de campos salvajes, párpados cercanos y bocas infractoras.- Todo está en los recuerdos, también está la tristeza, pero cómo que más guardada.-

Hugo Sánchez era un ídolo, tenía “la número 9” en su espalda y nada menos jugaba en Real Madrid.- Ese mundial fue increíble. Paraguay volvía de años de no estar en esas competencias. El pueblo, que no tenía muchas otras cosas que hacer, estaba absolutamente expectante.-

Recuerdo también vagamente álbumes de figuritas con las fotos de los jugadores de las distintas selecciones.- Hechos como ese, hicieron que mi recuerdo del penal sea tan sustancioso.-

En cualquier lugar, estaba “Piqué” aquella mascota del mundial. Yo lo tenía en una toalla.-

VII

De la caja amarilla también recuerdo muchas otras cosas.-

Recuerdo que de la caja amarilla saldría a relucir la tristeza o la felicidad. De la caja amarilla a veces, y sobre todo esa tarde, todos dependíamos.-

De la caja amarilla se expandían cuernos metálicos brillantes. Tenía un cuerpo extraño y si hubiera tenido alma, sería un alma altamente vanidosa. Esa alma sería luego la vanidad.-

En la caja amarilla salían fotogramas sin color, tan rápidos que la llamaban señal de televisión.

En la caja, ahí dentro estaba la imagen de Hugo Sánchez, aquel temible goleador.-

De la caja amarilla esa tarde fuimos prisioneros: Una nación del sur, y yo, un imberbe niño que quería saber quién era el “Gato Fernández”.-

La caja amarilla me lo develaría, o, intuitivo como siempre fui, recuerdo que pregunté:

- ¿Papá, quién es el gato Fernández? (El primer síntoma de “La terrible necesidad de la urgencia de un desenlace”) es hacer preguntas como esa.-

- Mi padre raudamente se levantó del banco donde se encontraba sentado ofuscado por la situación que el referí de ese encuentro había sostenido que era digna de marcar la pena máxima. Víctor mi tío salió insultando al aire, palabras irrepetibles y corrió hacia la calle con rabia.- Paraguay podía quedar eliminado.-

Cuando quise insistir, sobre la no respuesta a mi pregunta, mi abuela, tan tierna como las abuelas, me dijo con esa sabiduría de las abuelitas de antes:

(Shh)…

Me dí cuenta que estaba metiendo la pata, mientras mi dedo índice, manchado con dulce de leche, apuntaba la caja amarilla, o bien, a las imágenes que de ella se movían.-

Miré y vi los rostros a mi izquierda, el espacio de ausencia de mi padre y mi curiosidad fue contestada con un silencio pulcro.

Mi tía Victoria se comía las uñas.

Escuché un silbato, y sólo tengo un recuerdo después: La palabra alegría la conocí ese día.-

¿Quien era el Gato Fernández?


Lo supe, pero un buen rato después.-



José C.

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